viernes, 21 de noviembre de 2008

ACROSS THE UNIVERSITY

Recuerdo cual era la idea que tenía de la universidad de los mortales cuando era apenas una ninfa ingenua que vivía en una cueva. Recuerdo cuánto deseaba mezclarme con ellos y relacionarme y aprender. Había oído maravillosas historias de grandes mortales del pasado (lejano y no tan lejano). Historias de juventud de cómo aquellos grandes cerebros se habían formado en unos caldos de cultivo exquisitos y habían compartido experiencias ricas y apasionantes de infinitas índoles y procedencias. Y teniendo todas aquellas historias en la mente, confieso que estaba un tanto acongojada y temerosa. Sinceramente, pensaba que no estaría a la altura de las circunstancias. Creía que las clases en la universidad serían algo inalcanzable para mi humilde cerebro y que en los pasillos y cafeterías se mantendrían conversaciones elevadas que yo no alcanzaría a seguir.
Creo que no será necesario que relate mi decepción cuando por fin me di de bruces con la realidad. Y es que la realidad mortal es siempre tan decepcionante que a veces no merece la pena ni salir de la cueva. Pero no quiero irme del tema… A ver, por dónde iba… Ah, sí, ya. Decía que había sido muy decepcionante descubrir la universidad que me había tocado vivir.
Lo cierto es que muy pocas de nosotras estábamos realmente interesadas en aprender una profesión y en prepararnos para desempeñarla con diligencia. No había nada en las clases que nos recordara que detrás de todo aquello estaba el objetivo de ser unos buenos (buenas) profesionales. Los mortales eran jóvenes y bellos entonces y lo demás, sencillamente, no importaba. Más bien se trataba de superar un montón de obstáculos, a menudo ridículos y absurdos, para obtener el abstracto premio de un aprobado (o de un sobresaliente, lo mismo daba) en tal o cual materia.
Tampoco fuera de allí quedaba mucho más. Ya no había lugares mágicos donde escuchar a gente tocar el piano y captar conversaciones de altura aquí y allá. Y si los había no estaban al alcance de los bolsillos de los mortales y ninguno (ninguna) íbamos.
Así es que invertíamos el tiempo y nuestra incontenible energía en anestesiarnos en los pubs, bares y tascas y aparearnos sin ton ni son, por aquí y por allá, guiados por la curiosidad y la apatía. Total, si la mayoría había llegado a la universidad con la idea de obtener un título que, según decían algunos, necesitabas para trabajar en algo decoroso y ganar más dinero que el que no lo hacía. Ya ven, dinero, dinero y dinero, siempre dinero.
Éste era el estado de cosas que había del lado del estudiante.
Pero es que en el lado de las instituciones y de los engranajes que las conformaban de arriba abajo hasta llegar al profesorado la cosa estaba igual o peor. De hecho, no dudo de que una parte de nuestra empanada mental y nuestra apatía se debiera precisamente a este otro estado de cosas.
Lo cierto es que a día de hoy, después de haber probado en varias carreras y universidades y de haber escuchado las experiencias de tantos y tantos mortales, todavía no tengo noticias de un plan de estudios que se ajuste a la realidad del mundo laboral. Y las asignaturas están impartidas sin fe, como si el que las imparte no tuviera otra cosa mejor que hacer que estar allí hablando de aquello.
Nadie creyó nunca demasiado en la utilidad de la mayoría de esos contenidos, pero sospecho que la realidad sigue siendo que unos ganan su buen dinero impartiéndolos y otros andan locos tachando créditos y escuchando para otro lado. Y desde más arriba parecen tan contentos. Debe ser porque el sistema anda por inercia y aunque, de cuando en cuando hace ruido, éste es soportable.
A veces, corriendo por el largo pasillo de un aulario, uno de esos días que llego tarde a clase, pienso: Pero, ¿estaré otra vez equivocada? ¿Es que nadie repara en ello? ¿O acaso a nadie le importa?
Efectivamente, las sibilas pensamos que los planes de estudios no se hacen en base a unas necesidades laborales reales. No los elabora gente competente, gente enterá. No se va al grano. No se piensa en formar profesionales de verdad que puedan satisfacer las necesidades de las empresas y los mercados, sino que se entretiene con unos contenidos llamémosles “x”, sin más.
Por otra parte el profesorado tampoco está preparado. Muchos no conocen la asignatura que imparten en profundidad, de un modo profesional y aplicado (tampoco les importa). Y si tienen esa formación, si son profesionales de verdad tienen un programa por dar que no está a la altura y que ellos no están dispuestos a cambiar. Da la sensación de que se prepararon esas clases el primer año que las impartieron y que hoy ya es coser, cantar y cobrar.
¿Dónde están esos profesionales que dan clases magistrales todos los días, esos que despiertan vocaciones y en un curso te cambian la vida? ¿En qué facultad están dando clases? Que me lo digan porque eso será lo que quiera ser de mayor. Pero, si yo sólo quería aprender algo útil y divertirme con ello.
En fin, otro día podríamos hablar del tema de las infraestructuras en las universidades, de los medios de que disponen en ocasiones los alumnos para formarse. En ocasiones veo en los laboratorios el mismo material que usé yo cuando asistí a clase en el siglo XIX.
Al final, cuando un mortal acaba sus estudios y le dan el dichoso título sale a buscar trabajo. Después de mucho buscar, a veces, encuentra un trabajo de lo suyo (fea expresión popular) y el primer día de curro confirma todas sus sospechas de un bofetón mientras desde la cueva nosotras miramos encogidas: Es allí y en ese preciso instante donde empieza su formación. El resto ha sido una pérdida de tiempo, esfuerzos y dinero de todos los involucrados.
Las sibilas no tenemos la necesidad de trabajar ni de ganar dinero pero sí una gran curiosidad y un ansia por aprender y como en nuestro cutis no se refleja el paso del tiempo, volvemos a las aulas una y otra vez, pero en cada ocasión con más desánimo y desesperanza. La universidad esa de los mortales, solemos comentar entre nosotras, no forma, como mucho entretiene. Ahora, eso sí, como todo lo demás allí abajo, cuesta una pasta.
Con el tiempo ha ido tomando fuerza en mí la certeza de que la formación ha de venir de múltiples procedencias, no necesariamente regladas ni oficiales. En lo que a las sibilas respecta, supongo que por ese desprecio que tenemos al paso del tiempo, la formación la adquirimos de forma empírica, ya saben, a base de experimentación y de errar una y otra vez. Nos gusta la escuela del día a día. A las sibilas, de los títulos, sólo nos impresiona que vengan avalados por una formación y eso, hoy por hoy, ahí abajo, parece una utopía.

1 comentario:

  1. Querida Sibila universitaria, después de tanto tiempo observando a la humanidad, me es extraño que todavía te quede ingenuidad para hacer estas reflexiones. A la universidad no se acude para aprender, ni tan siquiera para pasar el rato…se va para “DARSE CUENTA”. Darse cuenta de que el saber no ocupa lugar…ocupa tiempo; tiempo que, cuando ya tenemos una edad, valoramos de manera diferente y lo que, con diecisiete abriles creíamos inútil, con treintaitantos tenemos la absoluta certeza de ello.

    Está claro que la universidad no te prepara para tu posterior vida laboral y eso suponiendo que tuviera algo que ver lo que has estudiado con el trabajo que desarrollas pero lo que si que hace es darte unos años para estar seguro de lo que quieres o lo que no quieres (con diecisiete años y las hormonas más revolucionadas que un hormiguero un día de lluvia, no deberían obligarnos a elegir nuestro futuro), yo me di cuenta de que no quería trabajar.

    Siempre he pensado que el trabajo (malditos sean Eva y sus caprichos culinarios) es un mal y como tal lo he tomado durante toda mi vida profesional (de ocho a tres…eso sí), ahora... “cuando arribo a casa” me quedan otras ocho horas para (como dijo Borges) buscar por el placer de buscar, no por el de encontrar y…buscando encontré vuestro Blog.

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