miércoles, 26 de noviembre de 2008

ESTAMOS AQUÍ, ¿ESTÁIS AHÍ?

La ingenuidad es una cualidad que se nos antoja necesaria. Se localiza varios estratos por debajo del raciocinio severo, pragmático y moderno. Si por algo nos siguen fascinando los humanos después de tantos años es porque mantenemos ese candor y esa capacidad de sorpresa (estupefacción a veces) que hace que ustedes nos parezcan algo tan imprevisible y excitante.
La idea de este tablón no es la de aleccionar ni crear opinión sino la de abrir una mirilla a los mortales para que, a cambio de exponernos, seáis vosotros los que nos eduquéis.
¿Quien mejor que vosotros mismos para conocer y entender lo que allá abajo sucede? Con vuestros comentarios no sólo aprendemos y crecemos sino que sentimos que en la mirilla no falta gente.
El día en que veamos la vida con la misma clarividencia que el ser humano habremos dejado de ser sibilas para ser humanas. Y eso será malo. Está bien que nos separe esa puerta con mirilla y que nos pasemos los mensajes por debajo. Eso es y tiene que ser así porque en esto reside la gracia. Mientras haya puertas que no dejen ver con claridad habrá atractivo. Los pasos libres revelan certezas y las certezas son finales de camino, cosas que se van superando y pronto se olvidan. Los finales de camino suponen la amarga e inquietante necesidad de emprender otros. A nosotras nos gusta estar continuamente caminando, sin llegar del todo a algún sitio, sin entender nada completamente.
Nos encanta y emociona recibir vuestros comentarios. Nos encanta que los mortales nos ayudéis a entender como sois… siempre que no os descubráis del todo.


martes, 25 de noviembre de 2008

LAS GRANDES HISTORIAS

Ponerse a escribir “en caliente”, es decir, cuando una tiene sus sentimientos y sus emociones más a flor de piel, suele resultar casi siempre liberador. Aunque nosotras tengamos encima el peso y el paso de los siglos, a veces nos sentimos un poco humanas y durante unos instantes dejamos aflorar todas esas emociones y pasiones que gozan y sufren los mortales. Y hay veces, en las que una película sobre cosas pequeñas, sobre historias cotidianas, con actores amateurs y escaso dinero, nos hace desear dejar ser sibilas y poder vivir la vida de los humanos.
Esa película se llama Once y es una gran historia. Una historia tan grande que ha sido capaz de emocionar a la sibila que aquí escribe. Una historia sobre la vida de un músico callejero y una inmigrante checa en las calles de Dublín. Una historia con una banda sonora imprescindible. Una historia en la que cualquiera que haya escrito alguna vez una canción o haya escrito tres líneas en un papel o haya sentido la emoción de compartir una idea con alguien, se verá reflejado en ella.
Es sólo una película y seguro que las habrá mejores, más grandes, más profundas y con muchísimos más admiradores. Y mañana quizás esta sibila tendrá otras canciones y otras películas en su mente y en su corazón.
Pero en este momento, en este instante, ésta es mi película.

viernes, 21 de noviembre de 2008

ACROSS THE UNIVERSITY

Recuerdo cual era la idea que tenía de la universidad de los mortales cuando era apenas una ninfa ingenua que vivía en una cueva. Recuerdo cuánto deseaba mezclarme con ellos y relacionarme y aprender. Había oído maravillosas historias de grandes mortales del pasado (lejano y no tan lejano). Historias de juventud de cómo aquellos grandes cerebros se habían formado en unos caldos de cultivo exquisitos y habían compartido experiencias ricas y apasionantes de infinitas índoles y procedencias. Y teniendo todas aquellas historias en la mente, confieso que estaba un tanto acongojada y temerosa. Sinceramente, pensaba que no estaría a la altura de las circunstancias. Creía que las clases en la universidad serían algo inalcanzable para mi humilde cerebro y que en los pasillos y cafeterías se mantendrían conversaciones elevadas que yo no alcanzaría a seguir.
Creo que no será necesario que relate mi decepción cuando por fin me di de bruces con la realidad. Y es que la realidad mortal es siempre tan decepcionante que a veces no merece la pena ni salir de la cueva. Pero no quiero irme del tema… A ver, por dónde iba… Ah, sí, ya. Decía que había sido muy decepcionante descubrir la universidad que me había tocado vivir.
Lo cierto es que muy pocas de nosotras estábamos realmente interesadas en aprender una profesión y en prepararnos para desempeñarla con diligencia. No había nada en las clases que nos recordara que detrás de todo aquello estaba el objetivo de ser unos buenos (buenas) profesionales. Los mortales eran jóvenes y bellos entonces y lo demás, sencillamente, no importaba. Más bien se trataba de superar un montón de obstáculos, a menudo ridículos y absurdos, para obtener el abstracto premio de un aprobado (o de un sobresaliente, lo mismo daba) en tal o cual materia.
Tampoco fuera de allí quedaba mucho más. Ya no había lugares mágicos donde escuchar a gente tocar el piano y captar conversaciones de altura aquí y allá. Y si los había no estaban al alcance de los bolsillos de los mortales y ninguno (ninguna) íbamos.
Así es que invertíamos el tiempo y nuestra incontenible energía en anestesiarnos en los pubs, bares y tascas y aparearnos sin ton ni son, por aquí y por allá, guiados por la curiosidad y la apatía. Total, si la mayoría había llegado a la universidad con la idea de obtener un título que, según decían algunos, necesitabas para trabajar en algo decoroso y ganar más dinero que el que no lo hacía. Ya ven, dinero, dinero y dinero, siempre dinero.
Éste era el estado de cosas que había del lado del estudiante.
Pero es que en el lado de las instituciones y de los engranajes que las conformaban de arriba abajo hasta llegar al profesorado la cosa estaba igual o peor. De hecho, no dudo de que una parte de nuestra empanada mental y nuestra apatía se debiera precisamente a este otro estado de cosas.
Lo cierto es que a día de hoy, después de haber probado en varias carreras y universidades y de haber escuchado las experiencias de tantos y tantos mortales, todavía no tengo noticias de un plan de estudios que se ajuste a la realidad del mundo laboral. Y las asignaturas están impartidas sin fe, como si el que las imparte no tuviera otra cosa mejor que hacer que estar allí hablando de aquello.
Nadie creyó nunca demasiado en la utilidad de la mayoría de esos contenidos, pero sospecho que la realidad sigue siendo que unos ganan su buen dinero impartiéndolos y otros andan locos tachando créditos y escuchando para otro lado. Y desde más arriba parecen tan contentos. Debe ser porque el sistema anda por inercia y aunque, de cuando en cuando hace ruido, éste es soportable.
A veces, corriendo por el largo pasillo de un aulario, uno de esos días que llego tarde a clase, pienso: Pero, ¿estaré otra vez equivocada? ¿Es que nadie repara en ello? ¿O acaso a nadie le importa?
Efectivamente, las sibilas pensamos que los planes de estudios no se hacen en base a unas necesidades laborales reales. No los elabora gente competente, gente enterá. No se va al grano. No se piensa en formar profesionales de verdad que puedan satisfacer las necesidades de las empresas y los mercados, sino que se entretiene con unos contenidos llamémosles “x”, sin más.
Por otra parte el profesorado tampoco está preparado. Muchos no conocen la asignatura que imparten en profundidad, de un modo profesional y aplicado (tampoco les importa). Y si tienen esa formación, si son profesionales de verdad tienen un programa por dar que no está a la altura y que ellos no están dispuestos a cambiar. Da la sensación de que se prepararon esas clases el primer año que las impartieron y que hoy ya es coser, cantar y cobrar.
¿Dónde están esos profesionales que dan clases magistrales todos los días, esos que despiertan vocaciones y en un curso te cambian la vida? ¿En qué facultad están dando clases? Que me lo digan porque eso será lo que quiera ser de mayor. Pero, si yo sólo quería aprender algo útil y divertirme con ello.
En fin, otro día podríamos hablar del tema de las infraestructuras en las universidades, de los medios de que disponen en ocasiones los alumnos para formarse. En ocasiones veo en los laboratorios el mismo material que usé yo cuando asistí a clase en el siglo XIX.
Al final, cuando un mortal acaba sus estudios y le dan el dichoso título sale a buscar trabajo. Después de mucho buscar, a veces, encuentra un trabajo de lo suyo (fea expresión popular) y el primer día de curro confirma todas sus sospechas de un bofetón mientras desde la cueva nosotras miramos encogidas: Es allí y en ese preciso instante donde empieza su formación. El resto ha sido una pérdida de tiempo, esfuerzos y dinero de todos los involucrados.
Las sibilas no tenemos la necesidad de trabajar ni de ganar dinero pero sí una gran curiosidad y un ansia por aprender y como en nuestro cutis no se refleja el paso del tiempo, volvemos a las aulas una y otra vez, pero en cada ocasión con más desánimo y desesperanza. La universidad esa de los mortales, solemos comentar entre nosotras, no forma, como mucho entretiene. Ahora, eso sí, como todo lo demás allí abajo, cuesta una pasta.
Con el tiempo ha ido tomando fuerza en mí la certeza de que la formación ha de venir de múltiples procedencias, no necesariamente regladas ni oficiales. En lo que a las sibilas respecta, supongo que por ese desprecio que tenemos al paso del tiempo, la formación la adquirimos de forma empírica, ya saben, a base de experimentación y de errar una y otra vez. Nos gusta la escuela del día a día. A las sibilas, de los títulos, sólo nos impresiona que vengan avalados por una formación y eso, hoy por hoy, ahí abajo, parece una utopía.

martes, 18 de noviembre de 2008

YA NO NOS PONEN (TANTO) LAS OBRAS

A las sibilas también nos gusta la arquitectura pero esa que se hace con sentido y sensibilidad. Sentido para hacer que las cosas funcionen y sensibilidad para entender que son personas las que van a disfrutar de lo que otros idean. No podemos dejar de contemplar cómo invaden nuestras ciudades los hijos concebidos bajo el yugo del poder, la incapacidad, el dinero y las prisas.
Observamos, desde nuestra humilde perspectiva de sibilas inquietas, la falta de entusiasmo, de motivación y de amor por la belleza que queda plasmada en muchos de los edificios con los que nos topamos diariamente.
Del mismo modo, cuando por azar nos encontramos con un edificio que nos conmueve, nos gusta pensar que siempre hay quien prefiere la belleza a la fealdad, la creatividad a la insustancialidad, la luz a la oscuridad.

GEORGES DELERUE

Georges Delerue fue un compositor especializado en música para bandas sonoras, tanto de cine como de televisión. Su fama se debe fundamentalmente a su participación en las películas de François Truffaut: Jules et Jim, Les deux anglaises et le continent, La nuit americaine, Le dernier métro. También realizó destacados trabajos en el cine americano: Agnes de Dios, Salvador, Platoon, Magnolias de acero. Recibiendo un oscar en 1979 por la banda sonora de la película A little romance.
La música de Georges Delerue tiene un marcado espíritu clásico. Nos recuerda a los grandes compositores del siglo XIX y también está íntimamente ligada a los músicos del cine de los años 40 y 50. Si hay un calificativo que puede representar la música de Georges Delerue es elegante. Sus partituras están llenas de lirismo, sin caer en los efectismos ni en la melodía fácil y repetitiva (algo muy común en algunos de los grandes de la música de cine de la actualidad). La música de Georges Delerue casi siempre destaca muy por encima de las propias películas en las que participó, algunas de ellas de escasa calidad cinematográfica.
Destacamos las imprescindibles: Concerto de l’adieu, Black robe, El último metro, Magnolias de acero, Las dos inglesas y el amor y… prácticamente toda su obra.
En estos momentos en que todas las bandas sonoras de películas de acción parecen Piratas del Caribe y todas las románticas tienen un piano tocando notas muy suaves con los violines detrás, las sibilas queremos acordarnos de un músico con letras mayúsculas. Un músico que, escuchando su obra, sentimos que respetaba y amaba su trabajo.
A las sibilas también nos gustan las joyas, no las caras ni las ostentosas, sino las elegantes y refinadas como este tema de Camille, de la película Le Mépris de Jean-Luc Godard.
Ante una música tan bella que cada uno ponga sus propias imágenes.

sábado, 15 de noviembre de 2008

LA VERSIÓN DE UNO MISMO

Tears in heaven” por…Ainhoa Arteta. La famosa soprano acaba de editar un nuevo disco de versiones de temas populares del rock, pop y cantautores. El resultado es el esperado. A una siempre le viene a la cabeza el dicho popular “zapatero a tus zapatos”. Los cantantes líricos siempre han tenido la “perversión” de acercarse a otros estilos musicales alejados del mundo de la ópera y, como el que tropieza dos veces con la misma piedra, una y otra vez han ido dejando por el camino perlitas como: los intentos bolerísticos de Plácido Domingo, el hijo de la luna de Montserrat Caballé y el apoteósico two become one de Pavarotti con las Spice girls, que, de ser un monumento frikie, con los años puede llegar incluso a convertirse en cool.
El mundo de la música, los músicos y las versiones de temas musicales siempre han estado unidos. Cualquier músico que comienza su andadura lo hace siempre interpretando y versionando temas ajenos. Esto suele quedar siempre en el anonimato de su propia casa o de la sala de ensayos. Pero muchas otras veces los artistas quieren dejar su sello, su propia versión de esa canción que tanto les ha marcado y en la que intentan volcar un poco de su propia personalidad. Versionar temas no entra en la categoría de buenas o malas ideas. Es una mala idea cuando esta versión se produce por imposición de la productora, por una búsqueda del favor del público o, simplemente, por haber sido una ocurrencia desafortunada. Sin embargo, en otras ocasiones, no tantas como quisiéramos, encontramos unos intérpretes que nos hacen descubrir otra vez una canción que ya creíamos completamente explorada y terminada. Eva Cassidy, espectacular cantante americana, jamás grabó una canción propia y sus conciertos se resumían en una versión tras otras de conocidos temas del pop y estándares de jazz. Sin embargo, uno jamás tenía la sensación de escuchar canciones de otro. Todos eran temas de Eva Cassidy.
Ainhoa Arteta, que también versiona Love me Tender y Michelle en el disco, no se equivoca al versionar canciones de otros, como cantante de opera lleva toda su vida "versionando" la música de Verdi, Puccini, se equivoca al querer cantar un tema de Eric Clapton como uno de Rossini.
Pero para gustos… colores. Siempre habrá quien prefiera a Rosa López cantando Something que a los propios Beatles. Nosotras, en nuestra humilde opinión preferimos escuchar a un grupo de amigos haciendo un tema de los Rolling con ilusión y buen humor, que a un cantante de cartón destrozando algo que ni siquiera conocía ayer y que, escuchando la interpretación, parece que sigue sin gustarle. Mientras tanto seguirán naciendo nuevos músicos y al colgarse su primera guitarra lo primero que intentarán tocar será el rift de smoke on the water o de jumping Jack flash. Y ahí no existirán ni copias ni versiones sólo gente haciendo música y eso a las sibilas ya nos parece más que suficiente.

jueves, 13 de noviembre de 2008

YA NO NOS PONE (TANTO) IR A LOS CONCIERTOS

Hace unos meses el pianista de jazz Yosuke Yamashita tuvo la ocurrente idea de llevarse un piano a la playa, ponerse un traje ignífugo, prenderle fuego al piano y finalmente dar un concierto mientras el piano soltaba unas llamas de impresión. La idea es una gilipollez, sin más. Pero, si me apuras, exceptuando lo de destrozar un piano de cola, que es un auténtico disparate, hasta puede tener su gracia. Desde luego este pianista japonés no ha descubierto el fuego (nunca mejor dicho). Estupideces como ésta se han realizado a cientos. Pianistas que introducían cadenas y demás objetos dentro de la caja del piano y luego se dedicaban a aporrear las teclas, tocar con un arco las cuerdas del piano, etc., etc.
Hace apenas unos días en Hawai un cirujano introdujo un piano en un quirófano e interpretó unas piececillas mientras sedaban al paciente. Luego el buen hombre se levantó de la banqueta y se dispuso a operar creando una especie de performance a medio camino entre la medicina y la música clásica (aunque según el médico se trataba de un experimento serio y con mucho fundamento).
Hasta aquí todas estas excentricidades resultan inofensivas, algo bizarras e innecesarias, pero curiosas cuanto menos. Pero, ¿y si estas extravagancias pasan a ser consideradas un arte con mayúsculas? Una de las grandes vacas sagradas de la música contemporánea, prácticamente intocable para la crítica musical, Karlheinz Stockhausen, compuso una de sus últimas obras (y de las más celebradas) con el título de “Cuarteto para cuerdas y helicóptero”. El título no es ninguna metáfora, realmente la obra está escrita para ser tocada por un cuarteto de cuerda mientras cada uno de los músicos está volando en un helicóptero. Más sorprendente que la obra en sí (una absurdez sin gracia alguna), es el unánime aplauso de una parte de la crítica “culta”, que consideran ésta como una de las mejores obras del autor.
Como muestra un botón: En una entrevista realizada por una periodista que le preguntaba “¿Qué es la música?”, el maestro Stockhausen le respondió de la siguiente manera: “el sonido emitido por un ama de casa mientras cocina no es música, pero si yo la grabo, eso ya es música”.
Las sibilas no cocinamos, ni tan siquiera necesitamos alimentarnos, pero sin ninguna duda cuando nos rascamos las narices, no estamos haciendo música (aunque lo hubiera grabado Stockhausen).
Para contrastar entre tanto aplauso una voz discordante es la atribuida al director de orquesta Sir Thomas Beecham. A la pregunta: “¿Ha oído algo de Stockhausen?”, respondió diciendo: “No, pero creo que alguna vez lo he pisado”.
Las Sibilas mostramos un pequeño fragmento de esta “gran obra”. Cada cual juzgue como le plazca…
Sólo una cosa más. Entre la grandísima cantidad de comentarios de alabanza que acompañaban al video, destacamos uno que discrepaba con el resto:
“Los Ramones molan más”. Cuanta razón tienes.

martes, 11 de noviembre de 2008

YA NO NOS PONEN (TANTO) LOS MUSEOS

Pretenden que traguemos con que todo lo que hizo Picasso (léase el nombre de cualquier otra vaca sagrada del mundo del arte) merece ser expuesto. Pero ellos y nosotras sabemos que esto no es así. Sólo que nosotras pagamos unos pocos euros (eso si queremos, porque las sibilas no pagamos entrada) por una pequeña decepción y los señores del arte pagan cientos de millones, los gilipollas de ellos, por decepcionar según los cánones, es decir, cumpliendo con la ortodoxia del mercado del arte cuyas bases están escritas en capitalis quadrata sobre lingotes de oro.
¿Por qué llega tal o cual obra hasta un museo y no otras a la vista mucho más interesantes? Intuyo que los destinos de los (llamémosles) artistas son como los de las webs: pagas pasta (o mejor, lo hace alguien por ti) para ir escalando puestos en los buscadores hasta que te alzas al olimpo de los conocidos (que no reconocidos) y de ahí ya no hay quien te apee. A partir de ahí estarás en todas las búsquedas (fiestas, salas) y nadie sabrá porqué. Tal vez hiciste una vez una obra que mereció la pena pero eso ya no importa. Lo que haces ahora se vende bien y por tanto hay que manufacturar mucho, pero que mucho más rápido. ¿Qué cosa? ¡Lo que sea!
Galerías, museos y fundaciones, fondos públicos y privados entran al trapo y tú allí, delante de aquellas cosas sin entender nada. Sintiéndote como en aquella fábula del traje nuevo del emperador: hay que decir que son guays aunque te hayan aburrido (horrorizado, deprimido) un montón, no vaya a ser que sospechen de ti. Porque siempre habrá unos cuantos charlatanes, adalides de la modernidad, a los que aquello les parezca admirable.
Peor es aún cuando convences a algún inocente para que te acompañe a un museo argumentando que acercarse a ver una exposición es una opción provechosa y excitante. Cuando ambas estamos delante de aquellas cosas reniego de una de mis pasiones y me pregunto si yo misma creo en ello. Entonces me arrepiento de haber ido acompañada, de no ser una cara de idiota sola. Y sin saber por qué busco algo que decir; una justificación para aquello y aquellos. Una opción sería disertar sobre lo que allí delante tenemos componiendo espirales de frases que se enmarañen en bosques de párrafos sin sentido que doten de la presunción de inocencia a algo que es culpable de nadería y zafiedad por muy pedante que yo me ponga. Algo que se ha saltado todos los controles del buen gusto y la razón para llegar a donde está. Y QUE ENCIMA HABRÁ COSTADO UNA PASTA. Finalmente miro a mi acompañante y me encojo de hombros: Vamos a tomar una caña.
Creo que era Warhol el que decía que a la gente lo que en realidad le gustaría tener colgado en la pared es el dinero (¿somos así de gilipollas?) y él y muchos otros listos, entonces y después, vaya si nos la han dado.
No creo en nada, hablando en conciencia, que valga miles de millones de lo que sea salvo la propia vida. Y mucho menos unos gramos de pigmento sobre un soporte o un trozo de material dado forma o cualquier otra manifestación (llamémosle) artística. No merece la pena que perdamos ahora el tiempo en analizar cuando perdimos el norte y mucho menos en alimentar la esperanza de poder volver a recuperarlo.
De un tiempo a esta parte cuantas más ganas le pongo a cada nueva visita a un museo más decepcionada acabo. A veces, contemplando una obra, vuelvo la vista hacia mí y me recrimino no entender nada. La culpa la tengo yo por tener un cerebro humilde y no entender nada, me digo. Entonces miro a mi alrededor. Estoy sola. Tengo cara de idiota. Y por los dioses que será la última vez. Busco desesperadamente algo que decirme, algo que me haga cambiar de opinión. Tras unos segundos, como siempre, me digo: Necia, déjate educar por los señores del arte y entre tanto, si quieres disfrutar, ve a los museos de viejo.


IO, DON GIOVANNI

El director de cine Carlos Saura ha anunciado que su próxima película, Io Don Giovanni, estará basada en la vida de Lorenzo da Ponte, autor del libreto de las mejores óperas de Mozart, entre ellas la que dará titulo a la película. Este escritor de vida turbulenta y apasionante, fue sacerdote, famoso mujeriego y personaje celebre en los palacios y las cortes europeas del siglo XVIII. Da Ponte nos retrató un Don Juan reflejo de sí mismo: embaucador, pendenciero y cruel. Así como atractivo, apasionado y lleno de vida. Un personaje que, según el propio Da Ponte, no era imaginable que envejeciera. Su terrible Don Giovanni debía morir en su último acto, sin arrepentimientos, sin posibilidad de redención, pero sin envejecer. Curiosa paradoja para la vida de su autor, que al contrario de su protagonista, llegó a los 90 años y pasó los últimos años de su vida en la ciudad de Nueva York al cuidado de una librería y recordando la música de su buen amigo Mozart.
No sabemos como será la versión cinematográfica de una vida tan intensa como la de Lorenzo Da Ponte, sólo esperamos encontrarnos al mejor Saura y no al de Buñuel y la mesa del rey Salomón o Goya en Burdeos.

viernes, 7 de noviembre de 2008

TAMARA DE LEMPICKA

Tamara de Lempicka nos dejó un puñadito de cuadros que a las sibilas no nos dejan indiferentes. Desarrolló un estilo muy personal, en el que los personajes que retrataba, de proporciones exuberantes, caras angulosas y miradas hipnóticas transmiten una sensualidad y un magnetismo únicos. Es un deleite contemplar su obra. Pasen y vean.


DESEANDO AMAR

La sencillez es una virtud que las sibilas admiramos profundamente. La sencillez y la sensibilidad unidas forman una pareja que nos resulta irresistible. Shigeru Umebayashi era un compositor japonés prácticamente desconocido en occidente hasta que su música apareció en las películas del director honkonés Wong Kar-Wai. Hoy su música nos emociona pero, casi con total seguridad, nos será imposible recordar su nombre mañana. Otros nombres como Nobuo Uematsu y Ryūichi Sakamoto también correrán la misma suerte, a pesar de tener una larga trayectoria en el mundo de las bandas sonoras tanto de cine como de video-juegos.
Sus nombres nos resultan complicados pero su música no. Su música es sencilla, elegante y llena de emociones.
Empecemos con dos de estos nombres, Shigeru Umebayashi y Wong Kar-Wai. Seguro que luego vendrán más.