lunes, 1 de diciembre de 2008

UNA HISTORIA ÍNTIMA

A veces basta un gesto o un pequeño matiz para construir toda una historia íntima y personal, llena de misticismo, en torno a un personaje o a un suceso. A partir de aquí ya da igual cuanto hay de realidad y cuanto es fruto de nuestra imaginación. Damos rienda suelta a nuestra fantasía y nos olvidamos del resto.
A mí y a mis compañeras esto nos ocurre a menudo. Las sibilas somos seres muy fantasiosos. En mi caso, cuando sucede, el personaje pasa a formar parte de mi galería de referentes, a los cuales acudo, de cuando en cuando, para repasar sus historias (inventadas o no) e incluso engordarlas.
Uno de estos personajes que hoy me viene a la memoria es…



Este mortal austriaco vivió, desgraciadamente, unos cortos 28 años entre finales del XIX y principios del XX. Fue discípulo de Klimt, el cual le influyó de forma evidente (y al cual siempre admiró). Sin embargo, nunca gozó del status y la reputación de este último. Muy a su pesar, gozaba de un decoroso pero tibio segundo plano. Klimt lo ayudó siempre que pudo, pues le parecía que el chaval tenía aptitudes (y actitud). Pero era Klimt el paradigma de la modernidad y la vanguardia en la sociedad vienesa de su tiempo.
A mí los dos me parecen un diez en glamour.
Egon (que quiere decir ego enorme), fue el pintor de cámara (cueva) de las sibilas. Nos retrató en la intimidad en infinidad de ocasiones.
Mientras que Klimt pintaba señoras y señoritas sonrosadas envueltas en mantas doradas de dibujos geométricos, Schiele nos dio un tono cerúleo que nos confería un puntito decadente y taciturno (romántico) que, oigan, a nosotras nos pareció muy rechulón.
A menudo se pintaba (y nos pintaba) en actitud relajada, como distraído con sus cosas. Schiele, poco a poco, fue alejando su estilo del de su maestro hasta distinguirse claramente.
Cierto es que ambos mantuvieron siempre un gran interés por el cuerpo desnudo y la sexualidad humana. Sin embargo, hay un plus de tensión erótica en la pintura de Schiele con respecto a la de Klimt. Hay oscuridad, tormento; hay atrevimiento y verdad. Como dice Kai Artinger, Schiele “posee un instinto sexual torturador”. Las posturas de sus modelos son extravagantes y de gestos extremos, lo cual dota a las imágenes de un dramatismo penetrante que impresiona para siempre.
Y qué decir de esas manos hieráticas siempre en un gesto de crispación enloquecida, como tratando de expresar desesperadamente algún sentimiento profundo.
Todos estos matices nos perturban cuando admiramos su obra. Pero por encima de todo nos hipnotiza una cosa: la línea de sus dibujos. Era cortante, continua y segura. Daba la sensación de que no tenía dudas con respecto a lo que quería plasmar. Y que además lo hacía con autoridad y absoluto control.
No tenía miedo y eso era fascinante.
La pintura de Klimt, dentro de su genialidad, nos parecía más servil. Más ostentosa. Más espectáculo, en definitiva. Siempre percibí en Schiele una menor necesidad de agradar.
Recuerdo que era un tipo extravagante. Mantuvo toda su vida un porte esbelto, un peinado esculpido y una mirada huidiza y lunática.
A las sibilas nos encantaba posar para él. Siempre nos atrajo esa gente que con un gesto nos hace creer que posee una libertad imposible de domar.
Nos sobrecogió su arte y nos sigue sobrecogiendo después de todos estos años. Es de una belleza cautivadora. ¡Lo que hubiera dado yo por ver con su retina!
Ahora, cada vez que pienso en Schiele no puedo evitar sentir algo de pena. Me entristece que a Klimt lo conozca todo el mundo y a Schiele sólo medio. Así es que desde aquí nos gustaría mostrárselo al otro medio de entre los tres cuartos que, como poco, siguen este blog.

No hay comentarios:

Publicar un comentario