martes, 3 de febrero de 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SABER

Lo prescindible es olvidable.
Yo tengo mala memoria, como casi todo el mundo. Los que dicen lo contrario es porque no recuerdan lo que han olvidado.
Aprendemos poquito, despacito y lo olvidamos pronto. De lo que hemos aprendido a lo largo de un año no recordamos casi nada al siguiente. De hecho parece ser que la sabiduría y la memoria son primas hermanas.
Una vez nos examinaron de lo aprendido en primero en tercer curso y nadie aprobó. Escasamente aprendemos lo que es fruto de una rutina. Toda una vida entera superando pruebas y gastando un tiempo inútil como Ulises. Somos unos tontos jodios que nos creemos más listos que el de enfrente porque tuvimos las santas narices de enfrentarnos a una dura prueba intelectual (y la superamos) un día de nuestras vidas.
Y estudiamos masters y cursos de apoyo y aprendemos más y olvidamos más y gastamos más tiempo. “Explíquenme lo que tengo que hacer, lo aprendo, lo hago y se acabó. De ocupar el resto del tiempo ya me encargo yo”.
No se puede tener demasiada fe en los conocimientos adquiridos porque estos, al contrario que la energía, se crean y se destruyen continuamente. Parece que el saber sí ocupa lugar. Y que la letra no entra con sangre, o tal vez puede que entre, pero sale inmediatamente como alma que lleva el diablo, por principios. Los conocimientos que no se ejercitan de alguna manera se volatilizan en nuestro cerebro sin apenas percibirlo; se borran sin más; van a la papelera.
Conozco casos de personas con cargos importantes que han superado duras oposiciones o fuertes carreras, que confiesan que si tuvieran que hacerlo otra vez no saben si lo harían. No están muy seguros de que haya merecido la pena el esfuerzo.
¿Por qué valoramos tanto los conocimientos adquiridos? ¿Y los de los demás?
Ahora parece que a las amas de casa y a la gente que ha cuidado enfermos se les van a reconocer esos conocimientos empíricos y se les van a convalidar para acercarles a un centro oficial y que acaben unos estudios que puta falta les hacen, para que les den un título que puta falta les debería hacer, para que lo tengan mejor a la hora de conseguir un empleo. Pero qué cojones, el empleo deberían dárselo ya, antes de que olviden lo que saben hacer.
Pero si nos acojonamos cuando tenemos que hacer una división por dos cifras con un lápiz y un papel. Y eso es de preescolar.
Y es que al final sabemos cuatro cosas. Y el caso es que nos bastan. Para el día a día echamos mano de un arma de la que a veces parece asustarnos depender: la capacidad de pensar; el sentido común. Eso sí que no se olvida; eso sí se renueva.
Recuerdo una anécdota de una carrera. Fue en un examen de cálculo. Y aquella carrera no era precisamente de ciencias. De hecho era una de esas asignaturas que están en los planes de estudios para tocarle a una las narices.
Yo no había ido por clase en todo el cuatrimestre como era costumbre. Había fotocopiado los apuntes de alguna bienpensada que sí lo había hecho, me había hecho con los exámenes de otros años y allí estaba, sentada, esperando nerviosa mi hoja de examen.
De pronto va el tío y antes de repartir los exámenes nos dice que no podemos usar la calculadora. “¡No me jodas macho!”. No me lo podía creer.
Me puse a hacer el examen y al momento ya no me fiaba de nada. No estaba segura de si 8 + 9 eran 17 o qué puñetas eran.
Sin embargo, me sonreía. Pensaba en la jugada y me reía. Era la primera vez en toda la semana que dedicaba unos minutos a pensar de verdad. Aquel tipo sólo pretendía que confiáramos en nosotros mismos y en nuestras habilidades. Me di cuenta de que el examen lo había preparado mal: Tenía que haber empezado mucho más atrás, repasando la suma, la resta, la multiplicación y la división. Caí en la cuenta de que estaba allí, en mitad de una carrera universitaria, y no sabía ni dividir si no tenía una máquina cerca. Aquella revelación hubiera sido suficiente para abandonar la carrera si hubiera tenido una pizca de valentía. Pero la acabé.
Salí de aquel examen con una sensación extraña. Empecé a pensar en todo lo que había estudiado hasta entonces. En todo lo que había superado hasta llegar allí. En los conocimientos que se me suponían y que no tenía. En lo puta y frágil que era mi memoria.
Hace unos días oí una noticia que me recordó todo esto. Según los resultados extraídos de un reciente estudio, si volviéramos a examinarnos del carnet de conducir, suspenderíamos prácticamente todos. La cosa era obvia, pero alguien se entretuvo en corroborarlo. Volví a caer en la cuenta entonces de que, efectivamente, salvo lo de montar en bicicleta, lo demás se olvida todo más tarde o más temprano.
Hoy hago la o con un canuto. Hace muchos años que vengo haciendo la o con un canuto. No invertí más tiempo en doctorarme o masterizarme. De hecho, a fecha de hoy, no sé hacer otra cosa que la o con un canuto, pero qué bien me sale la puta o con un canuto y qué feliz me hace.
Y me preguntan en el trivial y digo, joder, si esto lo estudié en algún momento. Pero nada, ni puta idea. Y mi sobrina, que tiene quince años, contesta con una sonrisa burlona.
Pues mira bonita, no voy a repasar eso porque no me interesa y exige un esfuerzo intelectual y yo hace tiempo que suelo elegir mis esfuerzos intelectuales.

2 comentarios:

  1. Sabes, aunque pienses que la memoria es frágil (que lo es), como casi en todo en la vida hay que practicarlo para desarrollarlo e interiorizarlo y esto me lleva a otro pensamiento: ¿no se confunde esto de que la memoria es perecedera con el autoconvencimiento de que las cosas son así y ya está? ¿has probado a hacer algún tipo de ejercicio alguna vez que haya supuesto un reto para tu memoria?. No subestimes el esfuerzo que supone hacer una carrera, un máster o que se yo cuantas cosas más porque, al fin y al cabo, son ejercicios que consiguen mantener a punto el engranaje del cerebro humano. No me creo que después de tu sibilítica vida no te hayas dado cuenta que para hacer la O con un canuto hace falta, primero haber igo al colegio para saber lo que es una O y un canuto y luego haber pasado otras tantas "pruebas" para poder plasmarlo en un papel. Estoy de acuerdo contigo en lo importante que es razonar pero, no olvides que en ocasiones se tira del disco duro de la memoria para llegar a algún razonamiento.

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  2. Querid@ amig@

    Aunque todo está dicho con cierta ironía (e incluso sarcasmo) considero que hay una parte de verdad (de Perogrullo) en lo que se dice en el artículo.
    Cierto es que son útiles la universidad y los masters del universo por esa parte de actividad intelectual, de gimnasia cerebral, a la que a veces te obligan; también por los compañeros y amigos que de allí surgen y que son la verdadera fuente de una buena parte de la sabiduría adquirida en cada curso.
    Por otro lado, la puesta a punto del cerebro se puede hacer dentro y fuera de las aulas universitarias. Y tal vez si lo hiciéramos (como se hacía en otro tiempo) fuera de ellas, nos libraríamos de parte de esa basurilla inherente a la enseñanza reglada y oficial. Pero, convenzámonos, a la universidad vamos con la ilusión de formarnos y terminamos con la ilusión de habernos titulado, que es quizás menos gratificante, pero más útil dentro de una sociedad.
    Lo cierto es que siempre me despreocupé de mi memoria. Pensé que una inabarcable vida sibilítica me enseñaría más por el hecho de sobrevivir que por esforzarme en aprender. Es evidente que estaba equivocada. No obstante, si recordara todo lo que leí, vi y oí, en este momento sería una pequeña enciclopedia (de un tomo y de bolsillo). Por el contrario me fastidia seguir siendo aquella muchachita (léase sibilita) ingenua.
    Incluso las cosas aprendidas en momentos de profundo disfrute y deleite, como, por ejemplo, los viajes, se olvidan al cabo de unos meses (aunque no voy a dejar de viajar por ello).
    Y sí, querid@ amig@, como intuirás estoy auto convencida de que las cosas (de momento) son así, aunque me joda que así estén (y me resista a ello, aunque a nadie le importe).

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